Las brujas que beben la sangre de los niños; leyenda que prevalece entre los Tlaxcaltecos
En varias ocasiones es muy normal escuchar la frase de “se lo ha chupado la bruja…”. Y esto se debe a que en México existen creencias de que las brujas son capaces de robar el alma por las noches en busca de víctimas a las cuales sorberles la sangre. Sin embargo, ¿de dónde proviene esta suposición?.
La mayoría de las tradiciones de México tiene un origen prehispánico. En Tlaxacala, a estas criaturas se les conoce como Tlaltepuchis, cuyo significado es “sahumador luminoso”. Estos seres eran originalmente una especie de nahuales con la capacidad de convertirse en animales y cometer atrocidades. Actualmente, son relacionados con las brujas.
Las Tlaltepuchis son mujeres a la vista de todos, a quienes los dioses les han concedido un don que algunas lo ocupan de manera maliciosa. La edad en que se enteran que tienen la capacidad de este don es en la pubertad, especialmente cuando tienen su primera menstruación. A partir de este momento es cuando surgen sus poderes, al paso del tiempo y con la práctica, logran desarrollarlos por completo.
Cuando logran tomar una forma animal, se logra desprender una luminosidad que advierte su presencia. Hoy en día, se pueden escuchar testimonios de personas que cuentan que han visto las luces acercarse a ellos o alejarse.
Estos seres son territoriales y no conviven en grupos, sino prefieren trabajar solos, puesto que son agresivos. Únicamente cuando existe un peligro se extienden la mano. Las Tlahuelpuchis no atacan jamás a sus familiares, excepto si el secreto de su existencia es revelado por algún pariente a otras personas.
Las Tlahuelpuchis se alimentan de sangre humana, en especial la sangre de los niños pequeños, quienes son sus víctimas favoritas y a quienes acechan en forma de animal, o si la situación lo exige, en forma de neblina que se filtra por puertas y ventanas.
Antiguamente, cuando se descubría a una Tlahuelpuchi en una comunidad, se la sometía a juicio popular y se le ejecutaba. La leyenda urbana dice que la última ejecución ocurrió en Tlaxcala en el año de 1973, hace tan poco tiempo que el miedo aún no desaparece.