La primera paleontóloga reconocida. Conoce la historia de Mary Anning
Nacida el 21 de mayo de 1799 en la localidad costera de Lyme Regis, situada al oeste de Dorset, en Inglaterra, Mary pertenecía a una familia protestante pobre. Nada hacía sospechar entonces que la niña estaría destinada a convertirse en una prolífica buscadora de fósiles. De hecho, su búsqueda empezó muy pronto, cuando acompañaba a su padre Richard durante sus largos recorridos por los escarpados acantilados de Lyme Regis, donde recolectaba fósiles para venderlos a los turistas.
Los padres de Mary pertenecían a un grupo religioso conocido como los «disidentes», denominación que recibían los distintos grupos religiosos protestantes que discrepaban de la «iglesia establecida» en Inglaterra y en los países anglosajones. Richard, su padre, se ganaba la vida como ebanista y, cuando podía, vendía los fósiles que iba recogiendo. Richard Anning y su esposa, Mary Moore, tuvieron muchos hijos, pero casi todos murieron de forma prematura. De hecho, Mary fue bautizada con el nombre de la primera hija de la pareja que falleció en el incendio de la casa.
Tras la muerte de Richard Anning en 1810, la familia tuvo que subsistir gracias a la caridad lo que, añadido al rechazo social que provocaba la opción religiosa escogida por los Anning, hizo que Mary y su hermano Joseph no recibieran una educación adecuada. Tal como hiciera su padre, Mary y Joseph montaron una especie de puesto en el que vendían al público las curiosidades que habían ido recolectando. Aquel mismo año, su hermano Joseph hizo un gran hallazgo: el cráneo de un ictiosauro. Pero sería la propia Mary la que descubriría el resto del esqueleto un año después. Tras el hallazgo, por el pueblo donde vivían los Anning empezó a correr el rumor de que la joven había encontrado el esqueleto de un monstruo. Y es que dicho fósil tenía la apariencia de un pez enorme y de un cocodrilo, de ahí el nombre de ictiosaurio,»pez lagarto».
Sería en 1818 cuando Mary captó el interés de un acaudalado coleccionista de fósiles llamado Thomas Birch, al que vendió otro esqueleto completo de un ictiosaurio. Birch organizó una subasta de fósiles cuyas ganancias entregó a la familia Anning. Esto permitió a Mary ganar algún crédito entre la comunidad geológica y poder dedicarse con más tranquilidad económica a la búsqueda de fósiles. Pero muchos científicos ignoraron totalmente la contribución de Mary a estos hallazgos. Fue el caso del cirujano Everard Home, el cual, obviando por completo el nombre de la descubridora, en varios artículos en los que hablaba sobre el descubrimiento del primer esqueleto de ictiosaurio no mencionaba en absoluto el nombre de Mary. Es más, atribuyó la minuciosa limpieza y preparación del fósil al personal del museo creado por el naturalista, viajero y anticuario William Bullock, cuando en realidad fue obra de Mary. De aquella manera, la joven quedaba apartada por completo del mundo académico a pesar de haber sido ella la descubridora del fósil, un fósil que sería vendido por tan solo veintitrés libras. Más tarde el ejemplar llegaría al Museo de Historia Natural de Londres, donde actualmente tan solo puede verse el cráneo.
Mary siguió incansable con la búsqueda de nuevos fósiles, y algunos de los más importantes llegarían en el año 1823. Según una biografía publicada por el Museo de Historia Natural, Mary descubrió entonces el esqueleto completo de un enorme reptil marino: un plesiosaurio. El espécimen era tan grande y estaba en tan buen estado de conservación que muy pronto llamó la atención del zoólogo francés Georges Cuvier, el cual al principio dudó del hallazgo hasta que vio los dibujos del ejemplar en un artículo del geólogo y paleontólogo William Daniel Conybeare.
En 1826, Mary obtuvo el dinero suficiente para comprar una casa y abrir una tienda de fósiles que llamó «Almacén de fósiles Anning». Poco después, en 1828, Mary descubriría un magnífico espécimen de pterosaurio, un reptil volador que vivió durante casi todo el mesozoico (hace 251 millones de años) y posteriormente descubrió otras especies de peces extintas. Junto al paleontólogo William Buckland, uno de los pocos científicos que nombraría a Mary como su descubridora, sería pionera en el estudio de los coprolitos: las heces fosilizadas, conocidas en aquel entonces como «piedras bezoar».
A pesar de todos sus hallazgos, su curiosidad científica y su perseverancia, Mary siempre fue considerada una intrusa por la comunidad científica. Contra ella jugaba el hecho de ser una mujer, pobre y de clase trabajadora. Las mujeres de su clase social normalmente solo podían dedicarse al servicio doméstico, a trabajar en las fábricas o a las duras tareas del campo. A pesar de que Mary sabía tanto o más sobre fósiles que la mayoría de paleontólogos masculinos de su época, solo ellos podían publicar la descripción científica de los especímenes que Mary encontraba. Y ni siquiera estaban obligados a mencionar su nombre.
Con los años, la salud de Mary se vio muy afectada y su trabajo se fue ralentizando. En marzo de 1847, un cáncer de mama acabó con su vida.