La educación en México | Caso Torreón: ¿De quién es la culpa?
El pasado 10 de enero del año en curso, un estudiante de once años de una escuela particular en Torreón, Coahuila, asesinó a tiros a su maestra e hirió a seis menores y un docente. Una vez culminada la balacera, el niño se suicidó. El acontecimiento, sin duda alguna, ha causado gran conmoción a nivel nacional y ha provocado una búsqueda desesperada de explicaciones: ¿qué es lo que llevó a un niño de once años, quien, según testimonios, no daba muestras de padecer alteraciones psicológicas y, además, llevaba buenas calificaciones, a causar el atroz evento?
La primera piedra se lanzó en contra de los videojuegos. Después se culpó a las medidas de seguridad en la escuela, y, finalmente, al entorno familiar violento del niño. Es cierto que la escasez de casos análogos no nos ha dado la oportunidad de realizar una respuesta adecuada para tratar el tema ni para ubicarlo dentro de un proceso sociológico; sin embargo, lo que sí nos brinda el suceso es una señal de alarma para atender problemas de salud mental, tanto en adultos como en menores, pero especialmente en menores, grupo que sólo en el 15 % de los casos recibe atención médica.
En realidad, y a pesar de lo provocativo del título, no se trata de adoptar una postura fustigadora ni de andar cazando culpables, más bien es entender y reflexionar cómo podemos abordar este tipo de casos.
A los niños no se les imagina como receptáculos de frustración, tristeza o enojo, cuando la realidad es que todos son tan capaces de sentir alegría como rencor. No evitemos, entonces, que los niños se frustren y se enojen. No evitemos que se caigan, que se lastimen, no los condicionemos para que dejen de llorar o hacer berrinche; hay que escucharlos, canalizar sus emociones, tomar una actitud de “sí, entiendo que estás irritado, adolorido, triste, aquí estoy y te veo, ¿qué podemos hacer juntos, cómo podemos mejorar, cómo te puedo apoyar?”. Debemos recibir sus emociones, porque sólo de esta manera podemos demostrarles que nos importan y que los reconocemos como sujetos: los niños, no son objetos sino sujetos; tienen derechos, sienten y piensan.
Cuando no hay una recepción de sus emociones, cuando los niños no se ven reflejados por los adultos, entonces empieza una búsqueda, probablemente distorsionada, de reconocimiento. La búsqueda de reconocimiento no suele terminar en una tragedia, pero sí en problemas académicos y personales. Y, aunque Ángel, el niño de Torreón, quizás no se desarrolló en un ambiente familiar adecuado (las investigaciones apuntan que su madre fue asesinada, su padre estaba preso y que estaba bajo el cuidado de sus abuelos, con presuntos vínculos de narcotráfico), eso no significa que todos los casos sean iguales. Sue Klebold, madre de uno de los tiradores de la masacre de Columbine, en una conferencia TED del 2016, lamenta que no se hubiese dado cuenta antes del malestar emocional de su hijo. Sue Klebold no sabía identificar la depresión en un adolescente de 16 años.
El suceso, a todas luces, requiere de un estudio riguroso. Hay muchos paréntesis, muchos incisos y muchos factores que deben analizarse antes de dar una respuesta a lo que sucedió en Torreón. De todos los posibles detonantes, entre los que se encuentran el ambiente violento nacional y la regulación de armas, la salud mental es por lo que abogamos aquí. La salud mental debe cuidarse en todas las etapas, especialmente en los más pequeños, ya que, después de todos, el bienestar emocional de una persona beneficia al mismo individuo, a la familia y a la sociedad.
A continuación, te dejemos un análisis más extenso acerca del caso Torreón:
Y si te interesa saber la perspectiva de la madre de un tirador de Columbine, aquí también te dejamos su conferencia: