Encontrarse en el camino
Ileana Quiroz | Mundo y cultura
En incontables ocasiones hemos escuchado relatos de personas cercanas que nos hablan de momentos en los que decidieron “emprender una aventura”. Si hacemos un análisis rápido, descubriremos que el término aventura puede significar cruzar la calle para auxiliar a un gato que trepó demasiado alto en un árbol o una pinta con amigos que terminó en viajar a escondidas a la playa más cercana para acampar bajo la luz de la luna.
Sin duda, todas las experiencias que tenemos a diario, nos van formando y se guardan en nuestra memoria para que recurramos a ellas cuando necesitamos un empujón en nuestro ánimo, porque hay que reconocerlo, no siempre podemos estar con la felicidad y la actitud positiva a su máximo nivel. Alguna vez te has preguntado ¿Qué es lo que motiva a algunas y algunos a decidir cruzar un continente en bicicleta? O a quienes deciden subir la montaña más alta, escalar el pico más complicado y técnico, caminar distancias que sólo se completan a largo de meses y meses…
Decía André Gide que: “Solo en la aventura algunas personas consiguen conocerse a sí mismas, encontrarse a sí mismas”. De entrada parece muy razonable. Alguien que se impone una tarea así de compleja y retadora, seguramente ha pasado además de un entrenamiento exhaustivo, también una preparación mental y un autoconocimiento que debería ser tan fuerte como si de un carro blindado se tratase. Existen datos que aseguran que cuando un atleta, por ejemplo, piensa que su cuerpo ya no puede dar más, en realidad apenas está al 30% de su capacidad. Dicen que la mente es engañosa y que hay que aprender a controlarla.
Ahora, si lo pensamos bien, es cierto que puede ser muestra peor enemiga en algunos casos, pero también resulta ser nuestra mejor aliada cuando justamente la enseñamos a valorar y reconocer los estímulos positivos, que en una hazaña épica, como lo es recorrer de norte a sur nuestra América, por ejemplo, deben llegar por montones. Pongámonos de forma imaginaria en el lugar de la o el caminante. De entrada pensar en la cantidad de amaneceres y atardeceres que ha tenido que experimentar a lo largo de los días, o por ejemplo, las muestras de solidaridad, ánimo y porras que seguramente va recibiendo mientras acumula kilómetros.
Pero, tal vez, lo más importante, la cantidad de horas en las que ha tenido que experimentar una soledad que forzosamente invita a hacer una conversación consigo: ¿Qué es lo que veo? ¿Qué siento? ¿Responde mi cuerpo como lo imaginé? ¿Cumple esta aventura las expectativas que me plantee? ¿Qué sentiré cuando todo acabe? ¿Con qué me quedaré que me acompañe cuando vuelva a mi rutina diaria?
Seguramente, tú podrás resonar con esta sensación de reencuentro contigo al pasar por una situación que no forma parte de tu rutina y que te significó un esfuerzo y una evolución. Deseamos que cuando le recuerdes, te genere una sonrisa y te motive para buscar, desde ya, un nuevo reto.