Emoji o palabra, ¿expreso lo que siento y digo lo que quiero?
El 92% de las personas que escriben en redes sociales y en aplicaciones de mensajería instantánea utilizan los emojis para expresarse; al menos un tercio de ellas, según el estudio de una compañía estadounidense que interpreta información lingüística, los utiliza para comunicarse todos los días. Y, de acuerdo con la empresa Swift Media, uno de cada siete mensajes que circula por redes sociales incluye un emoji. 😜
Claramente, los emojis se encuentran en todos partes, y la razón por la cual su uso es tan extendido no es una cuestión de popularidad o moda; en realidad, estos íconos, por medio de expresiones, gesto y representaciones, dan significado a toda la carga emocional que una conversación impersonal, como lo es la escritura online, no tiene. A través de la pantalla no somos capaces de observar el gesto de nuestro interlocutor ni de apreciar la entonación que le da a sus palabras, lo cual puede ser el punto clave para el éxito o fracaso de una conversación. ¿Cuántos no nos hemos visto envueltos en una disputa por ese “tono irónico” que alguien le dio a su frase? .
He ahí también la razón de su nacimiento. Mercedes Sánchez, coordinadora de los equipos del Corpes XXI de la Real Academia Española y una de las autoras del libro El español en la red, señala que “los emoticones nacieron, precisamente, como apoyo al lenguaje escrito, como ayuda para interpretar algo que la lengua escrita no podía representar, sustituyendo de este modo al gesto de la lengua oral: alegría, tristeza, sorpresa”.
En 2015, por ejemplo, la revista Social Neuroscience publicó un estudio en donde se concluyó que en el cerebro de los usuarios estos íconos se interpretan como información no verbal y se traducen a emociones. Así también lo señala Eulalia Hernández, profesora e investigadora de la Universidad Oberta de Cataluña: “el elemento icónico es un potente activador de emociones, de tal forma que si vemos un emoticones de una cara sonriente, se activa la misma área cerebral que si vemos sonreír a una persona”. En conclusión, los emojis nacieron como un apoyo para el lenguaje escrito, para otorgar la expresividad que ocupamos en la oralidad y que se pierde cuando escribimos.
Cabe destacar que esta “invasión” a nuestro lenguaje en realidad sólo ha afectado a la escritura coloquial. Según un proyecto en Tumblr llamado “Terrorismo lingüístico”, cuyo objetivo es observar la influencia de esta nueva manera de comunicarse, apunta que “en los registros formales (administrativos o académicos), no parece que haya influido en absoluto el uso de emojis. Donde sí ha influido es en el discurso coloquial, especialmente el escrito”.
Los emojis tienen como antecesor directo a los emoticonos. La leyenda cuenta que, en 1982, un científico estadounidense, Scott Fahlman, propuso que se utilizara la secuencia “:-)” en el asunto del mensaje para aclarar que el texto o comentario debía leerse en un tono de broma. Poco después, a finales de la década de los 90, un japonés llamado Shigetaka Kurita, miembro de un equipo que trabajaba en una plataforma para internet móvil, buscaba una forma simple para comunicarse por medio de los celulares, cuyas pantallas eran más pequeñas que las actuales. Desarrolló entonces las primeras caritas, inspirado en la escritura japonesa, señales de tráfico y gestos propios de la animación japonesa. Así, pues, el emoticón resultó bastante útil cuando había que enviar mensajes de contenido breve y, al mismo tiempo, fáciles de entender.
Viene la pregunta del millón: ¿cómo afectan a nuestro lenguaje la incursión de estos íconos?
Lo primero que uno debe tener en cuenta antes de contestar la pregunta es que el lenguaje está constantemente adaptándose a las necesidades de sus hablantes y por eso mismo siempre se incorporan nuevas palabras o expresiones. Hace muchos años, lo que preocupaba a la gente era la gran cantidad de anglicismos que entró a nuestro idioma, a raíz de la expansión de la cultura estadounidense. ¿Cómo iba a sobrevivir el español si ahora todos empezábamos a decir “ok”, “lunch”, “sándwich”, “club”, “voleibol”, “test”, etcétera, etcétera? ¿Empezaríamos a hablar una especie de spanglish con esta invasión?
Nada de eso. El español siguió vivito y coleando. Es más, el español sigue igual de entero desde los tiempos de Cervantes, cosa que no sucedió, por ejemplo, con el inglés. Mientras que el español se estandarizó a partir de la colonización, el inglés siguió recibiendo múltiples influencias en los siglos venideros. Esto provocó un cambio en la pronunciación de sus vocales, por lo cual hoy día es un tanto difícil leer a Shakespeare en inglés antiguo, a comparación de nosotros, que podemos seguir leyendo a nuestro autores de hace quinientos años sin mayor problema.
En realidad, no hace falta ser catastrofista. La incursión de emojis en nuestra escritura virtual no degenerará nuestra escritura. El uso de emoji es un apoyo, no sólo para hacer la comunicación más efectiva, sino también para diluir barreras culturales o lingüísticas. En muchas ocasiones, los mismos símbolos expresan cosas que se pueden entender alrededor del mundo, como lo es el corazón y el emoji enamorado.
El lenguaje se adapta, y, en este caso, se ha adaptado a las necesidades que la inmediatez de la mensajería instantánea requiere. No hay que poner el grito en el cielo por eso. La lengua ha tenido una gran cantidad de cambios fonéticos y la mayoría de ellos para hacer la vida más fácil al hablante; solíamos decir crocodilus, pero a todos se nos trababa la lengua y terminamos diciendo cocodrilo. Todavía nos quedan muchos cambios por delante.