El tiempo | Reflexiones con Manuel Vasquez.
Tiempo, vorágine de cosas, el tiempo es como una silueta armónica del ayer con el hoy y atisbos melancólicos y residuales de un mañana que se sueña siempre mejor, las huellas de él, son evidentes, nos traspasa y contamina, hay un sentido urgente también del tiempo para quienes queremos decir algo antes de que pase como emoción, esa silueta es uno mismo caminando de aquí para allá, la comisura de una sonrisa, el mohín de un enojo, la neurosis de un escritor furibundo, la saudade que dejan los que ya no están o de quienes uno se alejó, so pena de perecer internamente.
Ha sido tan banal, el desenlace del 2021 para muchos, y la repetición de buenos deseos tan vacua, y volátil, que necesite echar mano de algunos recuerdos de infancia para redefinir el tiempo, -quizás- no lo niego las horas inútiles del netflix, con George Harrison y su documental de tres horas de duración gracias a Martín Escorsese abrieron en sus esplendor la comprensión actual de la gloria del tiempo, y su devenir que parece ser agua cristalina si uno se reconcilia con todos, y con todo.
Hoy el tiempo marca una huella más, pero el resplandor de la vida renueva todo, así que sigue brillando la esperanza de la buena voluntad, el azul intenso del perdón, la sonrisa de niño que se divierte con la frase ingeniosa, la ventaja de no tener pelo al sentir el suave y gélido frio del invierno en la cabeza, la certeza de que se cuenta con quien debe estar, en el momento que debe ser, el día a día que marca las horas con su reto implícito en plena pandemia, sin voltear tanto a ver el pasado, y sobre todo como un elemento residual en mi caso, volver a convertir una y otra vez -como ya lo dije – la saudade de la vida misma en argumento de una historia; la propia; llena de canciones, de poemas, de voces libres, de contrastes, de críticas, siempre diciendo “no” al ostracismo infame de las rutinas maniqueas, y siempre por supuesto también, alejado del ego desbordado, para que cada cosa que se publique tenga miles de likes.
Hace unos días murió un amigo ciego, le gustaba decir que era ciego no invidente, pues el si veía, según su propia razón, se imaginaba el azul de un modo particular, se imaginaba otros colores como el amarillo, llegaba a su casa y me decía, que paso ya no nos habíamos visto, y como cortesía quizás grotesca para muchos pero para mí parte de un juego, prendía la luz, diciendo ya vez que para mí es lo mismo el día que la noche, pero bueno así veras mejor tú.
El tiempo se lo llevó rápido, de un tumor en el colon. En escasos días, perdió la batalla al no poder evacuar, siendo muy pocas posibilidades las de una cirugía de emergencia y aislado por la pandemia, aun pude platicar sobre el tiempo y sus recuerdos de niñez, en un velorio solo para 8 personas pude estar un buen rato con él en silencio y ayudar a su madre.
Regrese a casa de noche, me dijeron que al no llegar el día que murió, habían vaciado su casa, los ladrones, que agotador puede ser el tiempo en estos días, de miedo soledad para muchos, y cuanto como humanidad nos queda por aprender todavía.