Corridas de toros y peleas de gallos. De la tradición a la reflexión.
Desde el 2003, la festividad de Día de Muertos es reconocida por la UNESCO como parte del programa Obras Maestras del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad y desde el 2008, dicha festividad se halla en la lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Sin duda, México se precia de sus tradiciones.
Sin embargo, también hay otras tradiciones en nuestro país que no gozan del mismo reconocimiento cultural y que se encuentran desapareciendo paulatinamente, más que nada por un cambio en el paradigma de las nuevas sociedades. El ejemplo más claro lo tenemos en dos tradiciones que datan desde tiempos de la Conquista, exportadas desde la Península: las peleas de gallos y la tauromaquia.
Ambas tradiciones, enraizadas como una forma de entretenimiento, fueron durante mucho tiempo grandes espectáculos (entre sus aficionados siempre hubo figuras de poder) y una derrama económica importante. El apogeo de dichos espectáculos podemos observarlos en las películas del cine de oro mexicano, y un ejemplo clarísimo es la afamada película El Gallo de Oro.
No obstante, y a pesar de que representan un bien cultural heredado con cinco siglos de antigüedad, como aseguran los defensores de estas festividades, desde hace un par de años que hay colectivos que se organizan para exigir un alto.
La razón no es disparatada. El año pasado, National Geographic publicó un artículo donde se explica que los animales, si bien no tienen la concepción del sufrimiento (porque este es un proceso cognitivo y reflexivo), sí tienen la neuroatonomía necesaria para experimentar dolor. Según Marc Bekoff, biólogo evolutivo y escritor, los mamíferos comparten el mismo sistema nervioso, sustancias neuroquímicas, percepciones y emociones, todos ellos integrados en la experiencia del dolor.
Los animales también comunican su dolor a través de expresiones; los conejos con dolor, por ejemplo, tensan los bigotes, entrecierran los ojos y echan las orejas hacia detrás. Algunos animales incluso evitan los estímulos dolorosos, para evitar mostrar debilidad ante sus compañeros, como los lobos, o para evitar lucir como un blanco fácil.
Tanto los gallos de pelea como el toro de lidia, según los defensores de ambas tradiciones, son razas cuyo único propósito es ese: pelear en una plaza o un cuadrilátero. La bravura del toro de lidia en realidad no es nata a la especie; el toro de lidia es un animal que responde violentamente al estrés. Si se ve amenazado, no dudará en atacar, como muchos de nosotros podríamos reaccionar si alguien se nos acerca con una puya.
Pero no sólo son estos datos los que le han dado la vuelta a esta clase de festividades.
Uno de los elementos más fuertes para defender estas celebraciones es que se trata de una parte de la identidad nacional. Pero resulta que muchos de los elementos que se utilizaron en la construcción de la identidad nacional ya no se encuentran vigentes.
Hace rato hablábamos del cine de oro mexicano. Durante la primera mitad del siglo pasado, el cine colaboró indiscutiblemente en la integración de dicha identidad, y para esto se utilizaron repertorios simbólicos, como la vida campirana, costumbres populares, creencias y valores colectivos. Si hoy día quisiéramos reproducir la trama de La Oveja Negra, película protagonizada por Pedro Infante, la imagen del padre autoritario y la madre abnegada ya no podrían aplicarse con el mismo éxito de antaño.
El nuevo público, más joven, poco acostumbrado al sacrificio como forma de entretenimiento, ya no se identifica con las expresiones de violencia en un ambiente predominantemente varonil. Y se nota: “para la industria taurina en México, entre 2006 y 2015, el número de festejos descendió un 28%, según el informe de Sagarpa. La asistencia total a la plazas de toros en 2015 fue de 3,582,600 personas en 504 eventos, lo que generó un boletaje valuado en $1,527,898,918 y un promedio de 7,108 aficionados en los tendidos. Además, asisten a los festejos solo 4.62% de las 77.67 millones de personas en el país que entre los 15 y 64 años.”
Por más que se den argumentos a favor de la tauromaquia y la gallística, lo cierto es que todo dependerá de la visión de las nuevas generaciones, que ya no encuentran sentido al asesinato de un animal por una cuestión “cultural”. Así como poco a poco las mujeres tienen la libertad de priorizar sus trabajos antes que formar una familia y los hombres pueden dedicarse a la crianza de los hijos, probablemente en un futuro este tipo de celebraciones se extinga. Nosotros le otorgamos significado y nosotros se los quitamos, según el tiempo, los avances científicos y la historia nos enseñe.