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Una reflexión sobre el uso de la violencia en los hombres

Por Bruno Rubio Gutiérrez


Si somos de los que sí pegamos, debemos parar. No existe justificación alguna para seguir ejerciendo violencia física hacia las mujeres. De hecho, contra ninguna persona, incluso nosotros mismos. Todas las personas tenemos derecho a vivir sin violencia. Esa es y debe ser la simple y llana razón para detener la violencia que ejercemos.

A los hombres nos han enseñado a contener, negar o reprimir aquellos sentimientos y expresiones emocionales vinculadas a lo que culturalmente identificamos como femenino. Desde el punto de vista patriarcal, la dulzura, la empatía, el cuidado, la tristeza, el miedo, la ternura, en un hombre son defectos o debilidades, cosas que no debemos ejercer. Como hombres, por la cultura en la que crecimos ya sea conciente o inconcientemente, intentamos ser siempre “un verdadero hombre”, ese personaje inquebrantable, duro y poderoso, y por lo tanto invulnerable, incapaz de sentir miedo, tristeza, inseguridad.

Tal vez en situaciones extremas como la muerte o un nacimiento, muchos hombres hemos podido llorar fácilmente, manifestar miedo o ternura, pero el gran reto está en la vida cotidiana.

Por ejemplo, cuando sentimos miedo al ver salir a nuestra pareja muy arreglada. En lugar de expresárle nuestra inseguridad y el miedo a perderla ante la posibilidad de que alguien más se fije en ella, y de que ella se fije en alguien más, preferimos prohibirle que se arregle, bajo el argumento de que la gente dirá que es una buscona, una fácil. Supuestamente hablamos desde “la razón”, y además, en nuestros argumentos no está reflejado lo que sentimos, al menos no aquello que nos muestra vulnerables, como el miedo, la inseguridad o la tristeza. Al limitar a nuestra pareja a vestirse como quiera, estamos ejerciendo violencia, coartando la libertad que como ser humano tiene de hacer lo que ella decida.

¿Qué pasaría si le expresamos nuestra inseguridad o nuestro miedo? Esa es una respuesta compleja, pues cada mujer es diferente y reaccionarán de maneras distintas, no hay una receta única que funcione “porque todas las mujeres son iguales”.

No existe la certeza de cómo lo tomará o qué nos dirá. Desde mi punto de vista, es el tipo de cosas a las que debemos atrevernos, expresar lo que realmente sentimos, para poder vivir nuestra realidad emocional, asumirla, compartirla y buscar equilibrarla con la realidad emocional de la otra persona, hablando, buscando acuerdos que resulten dignos, edificantes y hasta placenteros, pero para ambas partes.

Los hombres aprendemos a contener nuestra realidad emocional hasta que ya no podemos más y estallamos de la única manera que “un verdadero hombre” puede hacerlo, mostrando poder, alejándose de la vulnerabilidad, con ira, con enojo y por consecuencia, con violencia.

Si ejercemos violencia física, nos corresponde en primer lugar aceptarlo, asumir las consecuencias de la violencia que ya hemos ejercido, reparando en la medida de lo posible el daño y sobre todo, nos corresponde aprender a responsabilizarnos -por el resto de nuestra vida- del manejo de nuestras emociones, para que así podamos detener esa violencia que daña a las personas que nos rodean, que contribuye a generar una sociedad violenta y que por consecuencia nos puede deparar un futuro sin bienestar, para nadie.

Todos los hombres al envejecer dejaremos de tener fuerza, dejaremos de tener poder físico y cuando ese momento llegue, no habrá manera de someter a nadie. Habremos pasado de una posición de poder y sometimiento, a un estado de vulnerabilidad y dependencia hacia otras personas, mismas a las que tal vez hayamos violentado en el pasado. ¿Conoces un caso así en tu familia?

Esta es una realidad que podemos cambiar, principalmente los hombres, informándonos y siendo más empáticos con las demás personas.

Aunque suene demasiado simple, la respiración es la base para muchas técnicas de manejo de las emociones y de control de la ira. Tres respiraciones profundas pueden ayudar a detenernos en los momentos que sentimos que vamos a violentar. El resto de la solución, por compleja que sea, seguro será más llevadera, si no hubo violencia de por medio.

Y ojo, hay muchos tipos de violencia, por lo que no sólo los hombres que pegan, son violentos.