María Anna Mozart, una genio silenciada que pudo haber opacado a Amadeus
María Anna Mozart vino al mundo el 30 de julio de 1751 en Salzburgo, la misma ciudad en la que nacería cuatro años y medio después su hermano Wolfgang Amadeus. Era la cuarta hija de un matrimonio de músicos, Leopold y Anna María Mozart, cuya vida familiar parecía tocada por la tragedia: la pequeña María Anna nunca llegó a conocer a sus hermanos mayores, que habían muerto todos al poco de nacer, igual que sucedería con los dos siguientes que vendrían después de ella. Solo ella y el séptimo y último hermano, que se convertiría en uno de los compositores más famosos de todos los tiempos, sobrevivieron hasta la edad adulta. Tal vez de aquí le vino su apodo: Nannerl, un nombre de raíces hebreas que significaba “bendición de Dios”.
Con esta perspectiva de supervivencia tan poco prometedora su padre, compositor y músico de profesión, en un principio se esmeró en cultivar el talento musical de su hija y le dio clases personalmente desde los siete años. Por aquel entonces, el joven Amadeus ya rondaba los tres años y estaba muy unido a su hermana, a la que idolatraba y que fue su inspiración para dedicarse a la música, mientras la observaba tocar. Los instrumentos con los que mejor se desempeñaba eran el pianoforte y el clavicémbalo, con una maestría que sorprendía incluso a su padre.
De genio adolescente a promesa abandonada
En 1762 Leopold Mozart recibió una invitación inaudita: la emperatriz austríaca María Teresa les solicitó para tocar ante la corte imperial en Viena, donde los jóvenes talentos causaron sensación. Ante tal éxito, su padre decidió llevar a ambos hijos de gira por Europa entre 1763 y 1766, un viaje que les dio gran fama y que desarrolló más aún el talento de la pareja, que ya componía sus propias obras. Leopold afirmaba que su hija adolescente era una de las mejores músicas de Europa, y al margen del orgullo de padre, los hechos le daban la razón; no eran pocos quienes decían que el talento de María Anna era incluso superior al de su hermano.
Sin embargo, este aparentemente prometedor futuro llegó a su fin cuando cumplió los 18 años y se convirtió en una joven casadera. Su padre tomó la inaudita decisión de apartarla de los escenarios y, aunque ella se seguía dedicando a la música y componiendo en privado, dejó de acompañar a su hermano en los conciertos. Los biógrafos de la familia difieren en cuanto a la razón que le llevó a tomar esta decisión, aunque podría haber sido el carácter autoritario de Mozart padre y la dificultad que veía en que una mujer independiente se ganarse la vida como música, prefiriendo que buscase un marido con fortuna: de hecho se opuso a que María Anna se casara con el hombre que había elegido, un profesor privado, prefiriendo en cambio a un rico magistrado. Amadeus, que al contrario que ella no toleraba las intromisiones de su padre en su vida, intentó en vano apoyarla.
También la relación con su hermano, a quien había estado siempre tan unida y que siempre le había apoyado frente a su padre, se enfrió a partir del matrimonio. A pesar de esto, hasta casi el final de su vida él continuó enviándole cartas y obras que componía para que siguiera tocando.
Renacimiento tardío
En 1801 falleció también su marido, y María Anna a sus 50 años, se encontró al cuidado de sus dos hijos y cuatro hijastros. Pero esta difícil situación le supuso, paradójicamente, una posibilidad de empezar de nuevo: volvió a Salzburgo y trabajó como profesora de música, pudiendo vivir cómodamente hasta el final de sus días. Sin embargo, en sus últimos años su salud empeoró considerablemente: se quedó ciega en 1825 y cuatro años después murió.
Su última gran alegría podría haber sido la visita, en 1821, de su sobrino Franz Xaver, el hijo más joven de Amadeus, al que nunca había conocido: siguiendo la tradición familiar, se había dedicado a la música y había ido a Salzburgo precisamente para dirigir el Réquiem que su padre había empezado a componer. Tres décadas después de la pérdida del hermano al que había estado tan unida durante su infancia y juventud, María Anna todavía sentía un profundo afecto por él junto con una sensación de culpa, ya que a causa de su distanciamiento no supo la trágica situación por la que había pasado en sus últimos años hasta después de que él hubiera muerto.
No se conserva ninguna composición conocida de María Anna Mozart, aunque hay debate acerca de si algunas de las primeras composiciones de Amadeus son en realidad de ella, y que la autoría podría haber sido confundida: se sabe que María Anna compuso piezas para que su hermano aprendiera a tocar y que ponía sobre papel las melodías que él componía de pequeño, cuando todavía no sabía escribirlas por sí mismo. De lo que no hay duda es de su talento, alabado no solo por su hermano y su padre sino por el público al que cautivó en su breve pero brillante carrera.